
Si alguna vez te preguntaste por qué en la escuela de tu hijo hablan tanto de aprender haciendo, trabajo en equipo o aprendizaje activo, la respuesta probablemente tenga nombre y apellido: Metodología Constructivista.
Así es, esa palabra que suena a teoría filosófica, pero que en realidad ha transformado la manera en que aprendemos y enseñamos en todo el mundo. Pero ¿Por qué ha llegado tan lejos? Vayamos por partes
Responde a una verdad humana: Aprendemos haciendo
El constructivismo parte de una premisa poderosa, el conocimiento no se transmite como si fuese un archivo, se construye activamente. Solo basta con pensar cómo un niño aprendió a andar en bici o a jugar fútbol. No fue escuchando una clase ni leyendo un instructivo, fue haciendo, practicando, cayéndose y levantándose.
Jean Piaget, uno de los padres de esta teoría, lo dijo claro: “Los niños no son vasijas vacías que llenamos de conocimiento, son pequeños científicos que desean explorar el mundo, probarlo, cuestionarlo, sentirlo y vivirlo”.
Promueve el pensamiento crítico cada vez más escaso
En un mundo hiperconectado donde la información está al alcance de un clic, ya no es necesario memorizar datos. Lo importante, ahora, es pensar, analizar, comprender resolver problemas, saber separar hechos de opiniones para construir tu propio criterio.
La teoría del constructivismo busca eso, en lugar de dar respuestas basadas en lo que aprendimos de memoria, se encarga de cuestionar a través de preguntas. En lugar de premiar la repetición, aquí se valora el proceso, el razonamiento y la creatividad. Esto resulta cada vez más valioso en una sociedad altamente impaciente y polarizada.
Se adapta a la diversidad del aula y sus alumnos
El constructivismo entiende que no todos los niños. Algunos son más visuales, otros necesitan tocar o sentir; hay quienes captan a la primera y quienes no. Dicho enfoque reconoce que cada persona tiene su forma de aprender. Por eso promueve estrategias activas, colaborativas, flexibles y centradas en cada estudiante.
En lugar de meter a todos en el mismo molde, lo que busca es conocer cómo aprender cada niño y a partir de eso, construir el conocimiento. De esta forma se reduce la brecha que puede formar modelos educativos más genéricos.
Conecta mejor con el mundo real
El constructivismo no se queda en comprender lo abstracto, busca que lo que se aprende tenga sentido, y se aplique en la vida diaria. Por ejemplo, en lugar de optar por exámenes de opción múltiple, propone la evaluación por proyectos, retos, prácticas, etc.
Metodologías modernas como el aprendizaje basado en proyectos, Flipped Classroom, gamificación, aprendizaje cooperativo, Design Thinking, etc. Tienen su ADN en esta teoría educativa.
La neurociencia lo respalda
De acuerdo con la neurociencia, todo parece indicar que aprendemos mejor cuando estamos activos, motivados, conectados emocionalmente y en un entorno positivo. Así como cuando ponemos en práctica, lo que aprendimos de forma teórica.
El constructivismo encaja perfecto con esta premisa de la neurociencia. De hecho, no es casualidad que hoy muchos profesores con estudios de neurociencia también hablen de cómo el aprendizaje activo puede influir en la plasticidad cerebral, es decir, la capacidad de crear nuevas conexiones a nivel neuronal como parte del aprendizaje.